martes, 2 de febrero de 2016

Aureola




El círculo luminoso utilizado durante siglos por los artistas para coronar las cabezas de figuras religiosas no fue originariamente un símbolo cristiano, sino pagano, incluso el origen de la corona real o la corona de espinas. Se encuentra en algunos representaciones de reyes y dioses persas, y aparece en las monedas de los reyes del imperio Kushan: Kanishka, Huvishka y Vasudeva, así como en la mayoría de las representaciones del Buda en el arte greco-budista del siglo I dC. Su uso también se ha remontado a través de los egipcios a los antiguos griegos y romanos.
En el arte antiguo hindú, indio, griego y romano, las cabezas de los dioses emiten una radiación celestial. Los reyes, para destacar su relación especial con un dios, y la autoridad divina así infundida en ellos, adoptaban una corona de plumas, piedras preciosas u oro. Los emperadores romanos, convencidos de su divinidad, rara vez aparecían en público sin un tocado simbólico. 
En el arte cristiano apareció por primera vez en el siglo V, pero en la práctica el mismo motivo se conocía desde varios siglos antes, en pre-cristiano helenístico arte.
Los historiadores sitúan la adopción gradual de la aureola por la Iglesia alrededor del siglo VII, pero con una función utilitaria, como una especie de parasol para proteger las estatuas situadas en el exterior contra las lluvias, la erosión y las deposiciones de los pájaros. Las aureolas eran entonces amplias planchas circulares de madera o de bronce.
Milenios antes de Cristo, los campesinos trillaban el grano amontonando las espigas sobre terreno duro, y haciendo pasar sobre ellos una y otra vez, una yunta de bueyes haciéndoles describir círculos. Estos circuitos creaban un camino circular, al que los griegos daban el nombre de “halos” (halo), que significa literalmente “suelo circular para el trillado”. 
En el siglo XVI, los astrónomos reinterpretaron la palabra, aplicándola a las aureolas de luz solar refractada alrededor de los cuerpos celestiales, los teólogos se la apropiaron para designar la corona que rodea la cabeza de un santo.



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